En Silicon Valley surgió una nueva elite de ingenieros que pretenden cambiar el mundo sin acatar las reglas tradicionales. El progreso tecnológico ha sido vertiginoso, y está en marcha una transformación social de la que nadie podrá sustraerse, una revolución comparable con la industrialización del siglo XIX.
Este nuevo gobierno mundial tiene su sede en el Silicon Valley, California, Estados Unidos. Sus fundadores son Sergey Brin, de Google, Tim Cook, de Apple, y Mark Zuckerberg, de Facebook, seguidos por Travis Kalanick, de Uber, y Joe Gebbia, de Airbnb; inversores de capital de riesgo con millones de dólares, programadores, genios de la informática e ingenieros.
Un grupo de empresarios que pretende sanar a la humanidad, no con dinero como los señores de Wall Street, sino con ideas tecnológicas que regulen el universo digital y abran las ventanas del mundo del futuro.
Uno de los profetas de este nuevo orden mundial es Ray Kurzweil, director de ingeniería de Google, con diez doctorados honoris causa, es quien inventó el escáner de cama plana, el primer sintetizador de voz, y es poseedor de varias docenas de patentes. Kurzweil dedica su vida a reflexionar sobre la tecnología, y concluye que en 2019 las computadoras podrán hacer lo mismo que los seres humanos, solo que mejor. Su meta es resistir a sus 67 años en busca de la tecnología que prolongue la vida humana, detener el envejecimiento y derrotar al cáncer. Hay que leer su libro La singularidad está cerca (Lola Books, 2012).
En esta visión del mundo, la política es el gran enemigo, ya que obstaculiza el desarrollo, según Sebastian Thrun, informático alemán, hombre de confianza de Larry Page, presidente de Google, y afirma que poco a poco desaparecerán puestos de trabajo y serán sustituidos por computadoras en un proceso que ya es imparable.
Thrun ofrece cursos masivos on line en su propia empresa Udacity donde aspira a alcanzar los mil titulados diarios. “No se como le haremos, pero trabajamos duro y a tanta velocidad como sea posible, lograrlo es mi meta inmediata”.
Peter Thiel, nació en Alemania hace 47 años, fundador del sistema de pago por Internet PayPal, es el ideólogo y jefe de esta reducida camarilla de los multimillonarios gigantes de la tecnología. Es uno de los más ricos de Silicon Valley, reparte cientos de millones de dólares a empresas de nueva creación. Es uno de los inversores de capital de riesgo más influyentes y su dinero es tan codiciado como su consejo.
En el cuartel general de su firma Thiel Capital viste con una camiseta gris de cuello en pico y calzado deportivo. No entiende que todo el mundo se siga concentrado exclusivamente en Internet. Los teléfonos inteligentes están muy bien, pero se han “concebido con una mentalidad demasiado limitada”. Cree que deberíamos de recuperar visiones mucho más básicas y esforzarnos al máximo para alcanzar un futuro de “fuentes de energía limpias” y “transformar los desiertos en paisajes fértiles”. “Hace tiempo que no reflexionamos sobre cuestiones correctas para que el mundo se convierta en un lugar mejor”, señala Thiel.
Joe Gebbia, es uno de los tres fundadores de Airbnb, empresa que ha revolucionado el turismo y ha puesto en apuros al sector hotelero. Airbnb ofrece pernoctaciones en domicilios privados, desde una sola habitación hasta una casa entera. La demanda es tan enorme que está alterando el turismo en todo el planeta. “Estamos en 190 países y en 34,000 mil ciudades. Solo está noche tenemos 400,000 huéspedes, cada minuto se reservan 277 pernoctaciones…”, dice sonriendo Joe Gebbia.
El objetivo de Airbnb no es ser una empresa convencional sino un movimiento. “Hemos crecido con el convencimiento de que lo mejor que se puede hacer con la propia vida es hacer la vida mejor para los demás”, dice. Uno se puede reír de ello, juzgarlo ingenuo, desvergonzado o engañoso. Lo único seguro es que Gebbia habla en serio.
Síntesis de un artículo de Thomas Schulz publicado en el suplemento Ideas de EL PAÍS. Publicado originalmente en Der Spiegel y distribuido por The New York Times Syndicate.
